domingo, 4 de octubre de 2020

Domingo 4 de octubre: CIRCUITO DEL CHAMIZO

 


Comenzaba la mañana temprano. A las 8, casi de noche ya en este otoño recién estrenado, en el punto de salida, pero esta vez con los coches para realizar la última marcha de carácter especial  marcada en el calendario de rutas que nos llevaría por la zona limítrofe de las provincias de Granada y Málaga.
Y comenzábamos con mucho frio. Apenas 3 grados nos esperaban en Riofrio, punto de partida oficial para hoy domingo. 
Frio que se disipó nada más salir ya que nos esperaba un repechito de esos que no gustan prácticamente desde los primeros metros. Repecho de unos 5 km que nos ha templado  lo suyo y que nos ha dicho en entrelíneas que para que llevábamos tantas cáscaras.
Así que nada más coronar, perneras fuera, manguitos al bolsillo, guantes de invierno al coche, y ya es verano otra vez.

Partíamos, decía de Riofrio para recorrer el circuito del Chamizo (no me preguntéis el porqué del nombre porque lo desconozco), con dirección a dos Villanuevas, la del trabuco y la del Rosario, para afrontrar poco después el puerto de las Pedrizas, que os sonará de verlo cuando vas Málaga en coche, pero que cuando lo subes encima de la flaca, por la propia via de servicio de la autovia, lo que en coche resulta una sutil y suave rampa, en bici, con un asfalto descarnado, se complica sobremanera.
Una vez coronado el puerto, pasamos por encima de la autovia despuestos a avituallar como es debido. Corría el km 37 de los casi 90 que tiene la ruta. 
Un restaurante a la antigua usanza, con sus jamones colgados, sus cabezas de jabalí disecadas (una con mascarilla y todo, más sensata que muchos de nosotros los humanos) y una buena chimenea encendida nos espera.

Resulta extraño lo de la chimenea encendida si la temperatura era agradable al llegar. Claro, eso fue al llegar, porque lo que es al marcharnos se nos ha unido un nuevo compañero al grupo, el viento. Bueno, el viento, no, la ventolera, y fresquita. 

Vuelta al tajo para vestirnos de otoño. Chalecos, guantes, bragas, manguitos y demás enseres propios de cualquier ciclista que se precie vuelven a adornar la figura de tan satisfechos comensales que una vez avituallados (hasta con papas fritas de bolsa con sabor a salchichón ¿verdad Galdón?) y fotografiados en el lugar, nos diponemos a proseguir.

Por delante, unos 20 km de sube y baja por un paraje casi idílico. A un lado montañas que bien recuerdan al cercano Torcal de Antequera. Rocas calizas de mil colores y a otro lado, montes y montes de frondosos bosques que culminan con una vaga línea de horizonte de las costas malagueñas de Torre del Mar. 
Pena que no haya fotos paisajísticas. La luz era exquisita y los paisajes, aún más, pero Eolo se ha empeñado en desplegar toda su artillería en forma de vendaval y ha sido imposible soltar el manillar. Con decir que algunas bajadas, a priori cómodas con buen asfalto y curvas amplias las hemos tenido que bajar los que llevamos ruedas con algo de perfil, con los pies fuera de las calas y a menos de 20 por hora. 

Y no exagero. Pocas veces he visto yo tanta enquina para con nosotros por parte de Eolo.
Pero en fin, nosotros a lo nuestro. 
Varios reagrupamientos nos llevan hasta un lugar emblemático. La venta de Alfarnate. Una venta del siglo XIII que se mantiene intacta, tal y como era en sus comienzos y que alberga hoy en día el museo del bandolerismo andaluz.
Dicen que es la venta más antigua de Andalucía y que tiene mil y una historias que contarte, lo que, desde aquí, se recomienda encarecidamente su visita.
Seguimos ruta. El viento sigue dando que hacer. Por delante el Puerto de los Alazores, puerto de poca exigencia pero que se sostiene rígido con su aliado de hoy para que se nos atragante un poquito. Dicho puerto sirve de frontera entre Málaga y Granada. 

Una vez coronado y reagrupados de nuevo, ya solo nos quedan aproximadamente 20 km que son muy favorables, bajando, con viento de cara eso si, pero bajando hasta Riofrio, completando así la jornada ciclista con un buen sabor de boca. 

El mismo sabor que nos han dejado los bandejones de carne a la brasa que hemos degustado allí mismo (eso si, los que nos hemos quedado).
 






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